La soledad, esa gran enemiga
El miedo a la soledad, más potente en las mujeres que en los hombres, es otro de los factores que mantiene unidas a cientos de parejas. Aunque alguno de los cónyuges (o incluso ambos) sea plenamente consciente de que no quiere estar con su pareja, la alternativa de quedarse solo es tan aterradora que no se atreven a dar el paso.
El miedo a la soledad es muy común en personas inseguras y faltas de autoconfianza que temen que, si dejan ‘escapar’ a la persona que les acompaña, no puedan encontrar a ninguna otra. Ante la perspectiva de continuar adelante en solitario, muchos prefieren no arriesgar y permanecer acompañados, aunque sea ‘mal’ acompañados.
Estabilidad y comodidad
Es difícil renunciar a la seguridad que aporta una pareja estable. Y más si de por medio hay una casa, una economía compartida, un proyecto de vida firme y, sobre todo, hijos.
La sola idea de abandonar todo eso, mudarse, dar explicaciones a familiares y amigos, encontrar nuevas compañías, aprender a rellenar el tiempo que antes se compartía, etc. hace que muchas personas renuncien y decidan seguir como están.
Más aún cuando alguno de los miembros de la pareja depende económicamente del otro, situación que complica todavía más las cosas.
El miedo al fracaso
Construir un proyecto de vida junto a una persona supone una importante inversión de tiempo, energía, esfuerzos e incluso dinero. Por algo la pareja es el proyecto vital más importante de una persona, su apuesta más fuerte. Por eso es difícil aceptar que ese proyecto en el que tanto hemos invertido haya fracasado.
Que todos los castillos en el aire con los que soñábamos al final no vayan a construirse. Que ya no queramos estar más con esa persona sobre la que giraba todo nuestro mundo.
El miedo a equivocarse
Algunos lo tienen claro, pero no todo el mundo está 100% seguro de que esa persona no es ‘la persona’. Aunque ya no estemos enamorados, aunque ya no haya deseo, aunque las discusiones sean irritantemente frecuentes, muchos temen arrepentirse después de haber dado el paso de dejarlo y no tener la oportunidad de deshacerlo. O darse cuenta, demasiado tarde, de que aquella a la que han abandonado sí era ‘la persona’.
El temor a ser reemplazado
Al igual que el perro del hortelano, que ni come ni deja comer, muchas personas no quieren estar con sus parejas pero tampoco quieren que ellas rehagan su vida. La perspectiva de que, una vez terminada la relación, su ex encuentre un nuevo amor es simplemente insoportable para muchos que por ese motivo deciden continuar con su pareja, manteniendo una relación dañada sólo por no ser víctimas de los celos. De hecho, en muchos casos quien pensaba en terminar con la relación decide implicarse a fondo cuando ve que alguien más se interesa por su pareja.
“Antes la gente se pasaba años pensándose si separarse o no. Ahora la sociedad ha desestigmatizado las separaciones y los divorcios y las parejas más jóvenes lo abordan con mayor naturalidad”. Quizá por ese motivo el sentimiento de culpa que crea el hecho de dar el paso es algo menor en la actualidad.
“Muchas veces el miedo hace a las personas comportarse equivocadamente pero si ese sentimiento se excede en su función natural de defensa puede impedir a las personas ser felices. Por eso, en lugar de huir de este tipo de miedos, hay que abordarlos”.